El último primer campeón: España y el día en que tocó el cielo en Sudáfrica 2010 con un brillante Iniesta

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Un estilo que marcó época y un gol que transformó décadas de frustración en una consagración histórica

Andrés Iniesta, el héroe de la mejor España de la historia | AFP/Thomas Coex

11 de julio de 2010. España y Países Bajos llevaban 115 minutos en la final del Mundial en Sudáfrica sin romper el empate. La tribuna del Soccer City de Johannesburgo se mantenía alentando. En la cancha, dos selecciones que jamás habían ganado la Copa del Mundo estaban a punto de mandar el partido en penales. Por primera vez, una final se jugaba en África, y por primera vez, uno de estos dos países podría poner su nombre en el trofeo más codiciado del fútbol.

Iker Casillas evitó el gol neerlandés en un mano a mano con Arjen Robben. Países Bajos jugaba con diez, tras la expulsión de John Heitinga al 109’. El desgaste se notaba. Pero, cuando el reloj marcó 116 minutos, Jesús Navas arrancó una jugada que cambiaría el fútbol para siempre. 

El extremo sevillano cruza la mitad de campo por la banda derecha y pierde el balón, pero el rebote lo favorece. Iniesta apareció y tocó de taco para Fàbregas. El pase rebota, pero vuelve a caer en los pies de Navas. España insiste. El balón llegó a Torres por izquierda, quien intentó un centro que fue rechazado. Un nuevo rebote. Esta vez, en los pies de Cesc. Un toque entre líneas. El Fantasmita lo esperaba. Controló con la derecha, remató de volea cruzada. Gol.

La banca de España corrió al campo. Las plazas en Madrid estallaron. Iniesta se quitó la camiseta y mostró un mensaje escrito a mano: “Dani Jarque, siempre con nosotros”. Dedicatoria para su amigo, exjugador del Espanyol fallecido en 2009, en el gol más importante en la historia del fútbol español.

España se convirtió en campeona del mundo por primera vez, tomando un lugar que hasta ese momento había sido exclusivo de siete naciones. ¿Cómo se construyó ese momento y qué lo hace único 14 años después?

HISTORIA DE FRACASOS Y DECEPCIONES

Durante gran parte del siglo XX, la selección española fue más reconocida por sus caídas que por sus triunfos. Su único campeonato oficial antes de 2008 fue la Eurocopa de 1964, y no figuraban en los Mundiales. En Francia 1998, quedaron fuera en la fase de grupos. En Corea-Japón 2002, fueron eliminados en penales por Corea del Sur y en Alemania 2006, no pudieron liderar su grupo y cayeron ante Francia en octavos.

Esa etiqueta comenzó a cambiar con Luis Aragonés. El técnico asumió tras la Euro 2004 con un objetivo claro: renovar el plantel con una generación que jugaba distinto. El equipo comenzó a construir una identidad basada en posesión, presión alta y circulación del balón. El núcleo venía de La Masia y del modelo que el FC Barcelona consolidaba con Frank Rijkaard y luego Pep Guardiola, jugadores jóvenes, y un estilo de control total. 

El punto de quiebre llegó en la Euro 2008. España dominó el torneo desde el inicio. Superó a Italia en penales, a Rusia en semifinales y venció a Alemania por 1-0 en la final con gol de Torres. Este título fue la validación del proyecto de Aragonés, arquitecto de la generación más exitosa en la historia de la Furia Roja. Tras levantar la copa dejó el cargo pasó la batuta Vicente del Bosque.

SUDÁFRICA 2010, CAMINO DIFÍCIL Y DUDAS INICIALES

En Sudáfrica, España aterrizó como candidata, pero desde su debut, los fantasmas regresaron. Suiza los derrotó 1-0, despertando dudas en la afición. Pero está generación respondió con calma. Ganaron sus dos partidos siguientes: 2-0 a Honduras con doblete de Villa y 2-1 a Chile. 

En octavos de final, se impusieron 1-0 a Portugal con otro gol de Villa. En cuartos, superaron a Paraguay en un partido cerrado, con penales fallados por ambos lados, que resolvió Villa a diez minutos del final. Finalmente, España enfrentó a Alemania en la final. Los teutones llegaron con sed de revancha tras caer en un Mundial en casa cuatro años atrás y el partido se mantuvo cerrado hasta el complemento, donde el juego se resolvió con un cabezazo de Carles Puyol al minuto 73. Otro 1-0.

España llegó a la final con una estadística inusual: todos sus triunfos en eliminación directa fueron por la mínima.

INIESTA SE CONVIERTE EN LEYENDA

La escuadra de Del Bosque no dependía de individualidades, y requería un funcionamiento perfecto de todas las piezas de su sistema. En la portería, Casillas era el líder y capitán. En defensa, la pareja Puyol-Pique le daba salida al equipo, complementados por Ramos y Capdevila en la banca. Alonso, Busquets y Xavi controlaban el tiempo y movimientos del balón, con Iniesta como enganche y Villa de rematador. No había protagonismos, no había superestrellas.

El de Fuentealbilla no llegó a África como la figura más mediática o llamativa. Un genio explosivo y preciso que se movía en silencio. En el mes de abril, sufrió una rotura en el bíceps que puso en duda su lugar en la convocatoria, y regresó justo a tiempo para brillar. Su tanto fue aplaudido por todos, unió a culés y madridistas, Pocas veces un gol unió tanto a un país. 

Esa volea, perfectamente colocada en el ángulo inferior de la portería, elevó al blaugrana a un lugar reservado para los iconos de la Copa del Mundo. Su figura discreta, pero con un talento inmenso representó la esencia de aquel equipo: eficacia, humildad y sentido colectivo. 

El último primer campeón del mundo

España ganó el Mundial por primera vez. Desde entonces, nadie más ha logrado lo mismo. Antes lo habían hecho Uruguay (1930), Italia (1934), Alemania (1954), Brasil (1958), Inglaterra (1966), Argentina (1978) y Francia (1998). Croacia llegó a la final en 2018. Marruecos fue semifinalista en 2022. Países Bajos ha jugado tres finales y aún no lo consigue. Portugal, Bélgica,  y otras selecciones con generaciones doradas tampoco lo han logrado.

La consagración de España cerró un ciclo de dominio. En 2012, la selección ganó otra Eurocopa, con una goleada 4-0 en la final sobre Italia. Fue la confirmación de una hegemonía basada en juego colectivo y regularidad. 

Nunca antes una selección había ganado Euro-Mundial-Euro de forma consecutiva. Fue la conclusión perfecta de un proceso que aprendió de sus fracasos, corrigió el rumbo y supo aprovechar una única oportunidad. 

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