El Lapuentismo: la escuela del orden, la disciplina y la eficacia en el fútbol mexicano

Muere el técnico que dio identidad a uno de los estilos de juego más característicos en la historia del fútbol mexicano

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El fútbol mexicano perdió a uno de sus grandes pensadores con la partida de Manuel Lapuente, pero su legado trasciende los títulos y las victorias. Su visión táctica dio origen a una corriente reconocida y respetada: el Lapuentismo, una filosofía que redefinió la manera de entender el juego en México y que dejó huella en generaciones de entrenadores y futbolistas.

Nacido en Puebla en 1944, Lapuente vivió una carrera discreta como futbolista en Monterrey, Necaxa, Puebla y Atlas, antes de dar el salto que cambiaría su destino: convertirse en entrenador. Su paso como jugador no le entregó títulos, pero sí una formación táctica y mental que lo preparó para ser uno de los técnicos más meticulosos y exitosos del país. A partir de los años ochenta, comenzó a construir su propia doctrina futbolística.

El Lapuentismo se basa en tres pilares: orden defensivo, equilibrio táctico y eficacia ofensiva. Para Lapuente, el fútbol no era espectáculo, era estrategia. Sus equipos estaban diseñados para sufrir poco atrás y golpear con precisión adelante. No necesitaban dominar la posesión ni golear; su éxito se medía en resultados. Un 1-0, para Lapuente, era la expresión máxima del control.

Lejos de ser una postura conservadora, su estilo estaba sustentado en el análisis y la preparación. Lapuente estudiaba a los rivales con una obsesión casi científica y exigía disciplina total en cada línea del campo. Los entrenamientos eran rigurosos, los planteamientos milimétricos. Su fútbol priorizaba la inteligencia colectiva sobre el talento individual, y eso lo llevó a convertir equipos modestos en campeones.

Los resultados avalaron su método. Puebla y Necaxa fueron las dos grandes vitrinas de su filosofía. Con ambos, Lapuente construyó grupos sólidos, sin figuras estelares, pero con una estructura perfectamente coordinada. Su Necaxa de los noventa —campeón en tres torneos de liga— es recordado como uno de los equipos más equilibrados y eficientes en la historia moderna del fútbol mexicano.

Incluso con la selección mexicana, su modelo mostró resultados. Durante el Mundial de Francia 1998, su equipo fue ordenado, competitivo y pragmático, capaz de neutralizar a potencias europeas. Un año después, llevó al Tri a su mayor logro internacional, al ganar la Copa Confederaciones 1999 ante Brasil, con un planteamiento táctico que resumió su estilo: solidez, intensidad y precisión.

El Lapuentismo también encontró su contraparte natural: el Lavolpismo, encabezado por Ricardo Antonio La Volpe. Mientras La Volpe apostaba por la posesión, el riesgo y la creatividad desde la salida, Lapuente defendía el control, la estructura y la contundencia. Ambos marcaron una de las rivalidades tácticas más interesantes del fútbol mexicano, dos visiones opuestas de un mismo deporte.

Con el paso del tiempo, la escuela de Lapuente se convirtió en referencia para técnicos como Enrique Meza, Miguel Herrera, Raúl Arias y Tomás Boy, quienes adoptaron su enfoque táctico y su rigor metodológico. Su legado no se mide solo en los títulos —que fueron muchos—, sino en la mentalidad de aquellos que entendieron que ganar también es un arte que requiere paciencia y disciplina.

Hoy, hablar del Lapuentismo es hablar de una escuela que priorizó el trabajo sobre la improvisación, la táctica sobre el desorden y el respeto por el juego sobre el ego. Manuel Lapuente no solo ganó campeonatos; cambió la manera en que México concibe el fútbol. Su estilo sigue vivo en cada equipo que entiende que el orden también puede ser bello y que la victoria, cuando es planificada, vale el doble.

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