Aldrete recuerda el talento de Vela y Dos Santos a 20 años del título sub 17
El campeón mundial juvenil también revisa la jerarquía interna de aquel equipo
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A dos décadas del título que cambió la historia del futbol mexicano en divisiones menores, Adrián Aldrete mira atrás y dimensiona lo que significó aquella coronación en el Mundial sub 17 de Perú 2005. “Ya 20 años… pasa muy rápido el tiempo. Ahora que lo vivo fuera del fútbol, cada vez lo valoro más”, reconoce el exlateral, quien atribuye a esa generación un antes y un después en la forma en que el país mira a sus selecciones juveniles.
Para Aldrete, hoy es más complejo volver a levantar un título en categorías menores. El contexto competitivo y la evolución física del juego obligan a acelerar procesos. “El fútbol es sumamente atlético… te encuentras protagonistas de 23, 22, 20 años. Eso acorta los procesos y hace la competencia más dura”, describe. En ese entorno, el ex seleccionado subraya que ser “dominador” en sub 17 es cada vez menos frecuente.
Sobre su propia longevidad, Aldrete explica que la clave estuvo en la rutina y la autocrítica. “Me enfoqué en un objetivo a largo plazo y en cumplirlo día a día. Conocía mis virtudes, pero me enfoqué más en mis errores: mejorarlos o esconderlos de los rivales”. También decidió retirarse en sus términos: “Quería retirarme yo y no que me retirara el fútbol”.
El campeón mundial juvenil también revisa la jerarquía interna de aquel equipo y reconoce que había talentos diferenciales. “Siempre hay personas que tienen un don especial. Giovani estaba en Barcelona, un talento impresionante. Y Carlos (Vela) se divertía en el campo. Cuando ellos estaban bien, al equipo le iba bastante bien”, apunta, sin olvidar el soporte del colectivo que permitió liberar a las figuras.

De Vela, Aldrete destaca la mezcla de calidad y coraje para abstraerse del ruido externo. “Se necesita una gran mentalidad para zafarse de todo eso, seguir disfrutando y hacer una gran carrera”, dice, al tiempo que elogia el “don evidente” que mostró desde joven. En esa línea recuerda otros compañeros que marcaron etapas en su trayectoria, como Orbelín Pineda en Cruz Azul.
El caso Pineda le sirve para hablar de autenticidad y profesionalismo. Aldrete cuenta una anécdota que usa como ejemplo: “Llegaba antes de entrenar y se comía huevos con salchicha, frijoles y tortillas… y era el que más corría. ‘Toda mi vida lo hice’, me decía”. Para Aldrete, más allá de las tendencias en nutrición y descanso, hay jugadores que saben escuchar al cuerpo y explotar su talento sin perder hábitos que les funcionan. En lo futbolístico, valora su rol intangible en el título de 2021: “Quitaba presión con alegría y bromas en un ambiente tenso; eso aligera mucho el trabajo”.
También hubo señales tempranas de liderazgo silencioso en Raúl Jiménez, con quien coincidió en el arranque. “Tomó una responsabilidad mayor por su madurez. Pasó de debutante a pieza importante. No le pesaba el entorno ni las figuras a su lado: hacía su fútbol al 100%”, comenta sobre un delantero que, dice, se imponía más por ejemplo que por discurso.
Ya en Pumas, Aldrete acompañó el despegue de César ‘Chino’ Huerta, a quien identifica como un caso donde la continuidad y el trabajo específico hicieron clic. “Lo empecé a invitar a entrenar extra, gimnasio, funcionales… hasta yoga. Al principio yo lo jalaba; después él me jalaba a mí. Entendió que si entrenas un poco más, el futbol te da más”, relata. El resultado, afirma, fue sostener la intensidad incluso en Ciudad Universitaria a las 12 del día: “Ya lo podían poner tres partidos seguidos en CU y corría lo mismo”.
Otro nombre que subraya es Erik Lira, a quien vio pasar de contención fijo a pieza polivalente. “En Cruz Azul le dieron libertad: bajaba entre centrales para sacar la pelota. Para eso se necesita personalidad y calidad”, explica, y atribuye parte del salto a la convicción del cuerpo técnico. “Cuando un entrenador te dice ‘háganlo, y si se equivocan, la culpa es mía’, te quitan el peso y fluyes”.
A 20 años del título sub 17, Aldrete concluye que aquella estrella fue un punto de partida y no de llegada. Entre recuerdos, anécdotas y nombres propios, su mirada deja una constante: procesos sólidos, trabajo diario y confianza bien dirigida siguen siendo el atajo más largo —y más seguro— hacia las grandes metas.
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