Marruecos se alista para mostrarle al mundo su cultura, hospitalidad e identidad
Del otro lado del mar Mediterráneo, frente a España, hay un país que huele a comino, que suena a oración, y que se pinta con los colores del desierto y del mar: Marruecos. Tiene más de 37 millones de habitantes, lo que equivale a casi una tercera parte de la población de México. Es un país de mayoría musulmana, donde el día comienza y termina con el llamado a la oración, y la religión se vive en las calles, en la arquitectura, en el alma cotidiana.
Pero también es una nación con herencia francesa, por su pasado colonial. Por eso, en las señales y en los cafés, el francés convive con el árabe. Y en zonas turísticas, no es raro escuchar algo de inglés. En ciudades como Rabat, Fez, Marrakech o Casablanca, el corazón de la vida está en las medinas: los barrios más antiguos, amurallados, con calles estrechas que se transforman en laberintos vivos.
Allí, el zoco —el mercado tradicional— desborda de colores, olores, voces. Se vende pan recién hecho, especias, artesanías, dátiles, telas, té. Todo es intercambio, regateo, cercanía. La comida marroquí es tan intensa como la mexicana: tajines de cordero cocinados a fuego lento, cuscús, pollo con aceitunas, pan plano, té de menta. Comen con las manos, comparten todo. La moneda es el dirham marroquí. 1 dirham equivale a 2 pesos mexicanos, o a 0.10 centavos de dólar.
Marruecos no solo se prepara para recibir el fútbol internacional en la Copa Africana de Naciones 2025 y el Mundial 2030… también se alista para mostrarle al mundo su cultura, su hospitalidad, su identidad.
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