La huella de Miguel Russo en Millonarios y el fútbol colombiano: ¡gracias, Ángel!
El director técnico argentino consiguió dos títulos con el Embajador y logró un sentimiento de unión incomparable.
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Miguel Ángel Russo ha partido, pero, como sucede con los grandes hombres, su recuerdo estará por siempre. Hay muchos que quedan campeones, pero, igualmente, pasan sin pena ni gloria. Dejar huella tiene lo suyo y el argentino lo logró. La seriedad de su trabajo, la entrega profesional y lo que inyectó al fútbol colombiano es un legado. Hoy se lamenta su muerte, pero su vida se celebrará eternamente.
Tenía una curiosa forma de afrontar las conferencias de prensa: cuando sabía para dónde iba la pregunta, se anticipaba. Uno, como periodista, debía saber formular el interrogante para que el profe no lo fuera a cortar a la mitad con el inicio seguro de su respuesta. Diciéndolo así, puede entenderse como algo grosero, pero la verdad es que no se sentía así. Esa era su manera de vivir el fútbol: yendo al frente, arriesgando, proponiendo. Siempre miró a los ojos.
Su paso por Colombia fue glorioso. Emprendió la misión de darle la decimoquinta estrella a Millonarios y vaya manera de conseguirlo. Lo logró de la mano de un equipo que no era el más técnico ni vistoso, pero que encontró su valor en la disciplina. Los jugadores se acogieron a sus órdenes como un condenado a la biblia. No había tiempo de mirar atrás ni a los lados, pues el propósito fue mucho más allá de alzar un trofeo: se convirtió en un homenaje y en una cita ineludible con el honor. La actitud que se veía era: “Me hago matar por la idea de mi entrenador”.
La enfermedad no fue excusa. Hugo Ernesto Gottardi y Guillermo Cinquetti fueron unos fieles escuderos que transmitieron una energía impresionante en su ausencia. Los futbolistas de aquel entonces salieron a la cancha a representar la grandeza del Embajador bordada en el escudo, pero llevaban una foto de Miguel tatuada en el miocardio. Se trataba de una fuente inagotable de motivación. “Es cierto que nosotros no éramos los que estábamos enfermos, era él, pero la vivimos de una manera dura, con angustia tremenda porque el que estaba enfermo era nuestro amigo”, decía el asistente técnico en una oportunidad.
Cuando se menciona el 17 de diciembre de 2017, la primera imagen que suele venirse a la cabeza es la de Henry Rojas pateando desde afuera del área para un golazo que le desmoronó la moral a Santa Fe en la final. Fue la manera más épica de conseguir el objetivo y con la firma del estratega. Él sabía que ese jugador tenía que ingresar para último tramo y con el peso encima de remplazar a Mackalister Silva. No obstante, la mencionada postal fue solamente la recompensa al grupo unido.

Algo que se supo después fue que el tema clínico no apareció intempestivamente hacia el final de ese semestre, sino que todo el campeonato lo dirigió afectado. El club entero hizo un acto de comunión para no dejar que nada saliera a producir ruido. Se refugiaron entre un manto sagrado de secreto y salieron a demostrar que la adversidad tiene un reverso favorable. Inclusive, hubo gasolina para ganarle la Superliga a Atlético Nacional arrancando el 2018.
Es muy difícil ver que algún de un logro de Millonarios consiga causar algo de alegría en aficionados de otros equipos, pero la empatía existió en todo el fútbol colombiano. No era lástima, sino más bien el reconocimiento solidario a un señor del balompié. La prudencia que manejaron la gran mayoría de los medios de comunicación fue una gran muestra de respeto para ese momento difícil. Y la gran frase la dijo el mismo Russo: “Todo se cura con amor”.
Hasta el último instante, Miguel llevó consigo un inmenso cariño y agradecimiento. Sus sentimientos no eran únicamente hacia Millonarios, sino hacia toda Colombia y lo dejaba saber en cada entrevista. El tiempo que estuvo en Bogotá fue algo que le quedó marcado a él y a su familia. Con todos los pergaminos acumulados en su carrera, mantuvo una estrecha relación de amistad con la gente del club Embajador. Cualquier visita a Buenos Aires era buena excusa para un reencuentro emotivo con el profe. ¡Gracias, Ángel!
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